Entrevista a Julio Gutiérrez realizada por el diario "SINTESIS" (14-10-18).
Desde siempre, su vida estuvo ligada a la música del Litoral. “Llegó a mi vida cuando era un niño que jugaba a ser músico con un bandoneoncito de juguete, de una sola flauta que hacía un único sonido. Me sentaba al lado de mi padre y de otros músicos que venían a nuestra casa y ‘tocaba’ con mi instrumento. Cuando tenía cinco años llegó a la familia un acordeón verdulera que era para mi hermano Miguel Ángel, que tenía 9 años, pero me entusiasmó más a mí. A los tres meses ya había sacado el primer tema que escuchaba en la radio o interpretado por mis tíos que venían de visita. Así me inicié como acordeonista”, recuerda, mate de por medio Julio Gutiérrez charlando con SINTESIS.
Su vida personal y artística, siempre estuvo ligada a la figura del legendario Tarragó Ros a quien idolatra como a su propio padre. Desde que lo vio por primera vez, su contacto estuvo siempre ligado a la música.
“En el año 1959, cuando tenía 7 años, se presentó en la escuela de barrio Las Quintas el maestro Tarragó Ros y mi padre me llevó a conocerlo personalmente. A él lo escuchábamos todos los martes cuando tocaba quince minutos en LT8 de Rosario, de 12 a 12.15. Cuando lo conocimos, mi padre le preguntó si me dejaba tocar con él y accedió. El maestro me sostenía por la espalda porque el peso del acordeón me volteaba. Después de la presentación me regaló 100 pesos de esa época. Un orgullo”, recuerda emocionado.
“Yo toco con su estilo, que siempre me identificó. Así me fui haciendo acordeonista y antes de los diez años toqué con mis hermanos en pistas de baile en Buenos Aires. En esa época nos presentamos en Puerto Gaboto donde también estaba Tarragó. Cuando me vio me preguntó si había llevado mi acordeón, le respondí que sí, pero él me dijo que iba a tocar con el suyo. No lo podía creer”, resume el artista.
“Con los años me afiancé como músico y llegué a tocar en el primer y segundo gran festival que se hizo en San Lorenzo, en el Campo de la Gloria, donde se presentaron los más grandes de ese tiempo como Los Fronterizos, Los Quilla Huasi, Los Chalchaleros, Los de Salta, Horacio Guarany, Jorge Cafrune, Ramona Galarza y Los Andariegos, entre otros consagrados. Allí el coro del Colegio San Carlos con Ariel Ramírez interpretó La Misa Criolla y me convocaron a sumar mi acordeón, en la parte en la que originalmente tocaba Raúl Barboza, fue inolvidable”.
Pero aunque el acordeón fue su primer instrumento, después se enamoró de la guitarra a la que nunca más abandonó y que lo ubica entre los mejores ejecutantes chamameceros de ese instrumento.
“Toqué el acordeón hasta los 12 años, cuando empecé con la guitarra. Mi papá era guitarrero tanguero y me enseñó los dos primeros tonos: ‘La Menor’ y ‘Dominante La’ y a partir de ahí, empecé a practicar durante cuatro horas diarias, hasta los 14 años, al mismo tiempo que iba a la escuela 113 Sargento Cabral. Aprendí a dominar la guitarra y me convocó para tocar en el Club Red Star, el maestro Tito Andino (nunca conocí a otro guitarrista de la talla, capacidad y ductilidad de Andino) junto a Carlos Oronao. Acompañábamos a Héctor Núñez conocido como Larry con quien nos presentamos en la noche en la que también tocaron los Quilla Huasi. Con gente así me codeaba desde el principio, por entonces tenía solo 14 años”, destaca Gutiérrez.
Pero la historia se empecinaba siempre en cruzarlo con “el maestro”.
“Una noche actuando en los carnavales del Club Provincial de Rosario, me encontré con el maestro Tarragó, que se acordaba de mí, se acercó a saludarme y elogió mi forma de tocar la guitarra. El tiempo pasó, ya tenía 23 años, cuando el 11 de abril de 1975, en el bar comedor que mi familia tenía frente al ex frigorífico 'Ardeol', mirábamos con mis padres a Tarragó por televisión y notamos que no estaba en su conjunto el guitarrista Gregorio De la Vega. Dos días después, golpearon las manos y era la policía –que por aquel entonces solo iba a la periferia a dar malas noticias- pero esta vez no fue así. Con ellos estaba don Tarragó que me fue a buscar para sumarme a su grupo para ocupar del lugar de De la Vega. Cuando me lo propuso me quedé mudo pero mi madre le respondió por mí y, por supuesto, le dijo que sí”, asegura.
“Me citó en su oficina de Rosario, me hicieron una pequeña prueba y me sumé. Desde ese momento Tarragó nunca más me tuteó. Me dio plata y me mandó a ‘Calzados Farol’ a comprarme un par de botas y me dio una caja con los trajes para las presentaciones. Una semana después, casi sin ensayar, ya estábamos camino a Entre Ríos”, destaca Julio.
Tapa del disco "Seguimos su huella, maestro" (año 1978).
“En el año 76 fuimos a Cosquín y conocí a don Bartolomé Palermo, santafesino de Villa Guillermina, gran guitarrista, que me enseñó notas para agregar a mi escala cromática y le dijo a Tarragó que me cuidara porque yo era muy bueno. Así me fui haciendo en el ambiente. Carlos Talavera del 'Cuarteto Santa Ana', también elogió al maestro por haberme sumado a su conjunto. No podía ser más feliz mi vida con la música”, agrega orgulloso pero “sin creérsela”.
Junto al maestro chamamecero, estuvo hasta el día de su muerte ocurrida el 15 de abril de 1978. "La terrible noticia me la dio mi hermana que la había escuchado por radio y televisión, mientras yo esperaba que me vinieran a buscar para una presentación. Fue un gran dolor, porque era como un padre para mí", cuenta Gutiérrez.
"Después de su muerte seguimos tocando con el nombre de ‘Los Reyes del Chamamé’, como propuesta de la discográfica. Ya estaban elegidos los temas para el próximo disco y la grabadora nos propuso hacerlo igual con el nombre de ‘El conjunto de Tarragó Ros’ para el disco 'Seguimos su huella, maestro'. Pero a su hijo Antonio no le gustó que usáramos el nombre de su padre y no autorizó la salida del disco hasta un año después, pero solo por esa vez".
"Así continuamos con el nombre de 'Los Reyes del Chamamé', -Estigarribia, Cañete, Ríos y yo- durante diez años más, hasta que por distintas desavenencias, nos separamos. Después con el amigo Cáceres formamos 'Los Grandes del Chamamé' el 14 de septiembre de 1988, que aún perdura, siempre con nuestro repertorio de chamamé, chamarritas y valses, al estilo del maestro", destaca Julio.
Aunque tuvo pareja, la vida no le dio hijos. "Mi familia siempre fue la guitarra, el acordeón y la música" confiesa. Además de las presentaciones junto a su grupo, desde hace 30 años tiene alumnos a quienes enseña los secretos de la ejecución del acordeón y de la guitarra, los días lunes, martes, jueves y viernes en su casa de Sargento Cabral 1377 y cada 15 días lo hace en Victoria. Quienes quieran tomar clases solo deben acercarse a su casa o llamar a los teléfonos 432954 o 15534677. "Solo necesitan dos biromes, una roja y una azul, un cuaderno de hojas rayadas y el instrumento", invita.
Un escenario esquivo
Aunque conoció muchísimos escenarios en todo el país, a Julio Gutiérrez hay uno que sigue sin abrirle sus puertas: el del "San Lorenzo, un Canto a la Libertad".
"Lamentablemente el chamamé está mal catalogado, para muchos es una música de segunda categoría, incluso en grandes festivales como el de Cosquín, donde se discrimina. Y en particular, a mí me discriminaron siempre en el festival de San Lorenzo. Y no hablo del gobierno municipal, sino de las personas que ellos eligieron para organizarlo, quienes me propusieron tocar pero gratis. O sea que mi trabajo de tantos años, con Disco de Oro, siete 'Luna Park', veinte 'Cosquín', dieciocho 'Jesús María', veinticinco 'Federales' y recorrer el país a lo largo y a lo ancho, para ellos no vale nada. No hay respeto por una trayectoria como la mía que hasta el día de hoy nadie ostenta en esta ciudad", lamenta Julio.
Publicado en Diario Síntesis (14 de octubre de 2018)