Un día como hoy, 8 de septiembre del año 1989, ocurría quizás la mayor tragedia en cuanto se refiere a pérdidas de vidas humanas vinculadas a la música del Litoral.
El río Paraná, aquel al cual le cantaron cientos de veces, se llevaba a jóvenes talentosos y que tenían muchísimo más para brindar. Los fallecidos fueron los hermanos Miguel Angel "Michel" y Joaquín Adán "Gringo" Sheridan, Zitto Segovia, el "Yacaré" Aguirre, el "Chango" Paniagua, Johnny Bher y los dos choferes del colectivo.
A continuación, la historia real de los hechos contada por uno de los sobrevivientes: Ricardo "Tito" Gómez.
Ricardo "Tito" Gómez
(Fotografía obtenida en www.titoyroxana.com.ar)
Grupo "Reencuentro"
Santiago "Bocha" Sheridan, Miguel Angel "Michel" Sheridan, Joaquín "Gringo" Sheridan y Ricardo "Tito" Gómez. Año 1986. Villa Urquiza, Entre Ríos.
(Fotografía obtenida en www.titoyroxana.com.ar)
El comienzo de la tragedia...
El final de la tragedia...
Monumento a los músicos fallecidos, en la Plaza de los Músicos Chamameceros, a orillas del río Paraná.
Placa recordatoria a los músicos desaparecidos en la Plaza de los Músicos Chamameceros.
Nota: salvo que se diga lo contrario, todas las fotografías pertenecen al autor del blog.
Más fotografías en Mi álbum personal.
"Convocados para representar a Corrientes en el Festival Internacional de Folklore en Niza, Francia, comenzamos a ensayar un grupo de conjuntos, solistas, cuerpos de danzas y recitadores en las instalaciones de la Sociedad Italiana.
Habíamos logrado una cohesión y un nivel artístico, quizás inalcanzado en Corrientes.
Prestigiando esta delegación, acudieron a participar artistas de Resistencia, Chaco. El resultado, con la genial puesta en escena de Dante Cena, desbordó la más exigente de las expectativas.Muchos fueron los sueños depositados en ese viaje. Por nuestra parte, nosotros, los de “Reencuentro”, utilizaríamos solamente el pasaje de ida. Desde Francia, pensábamos viajar a España donde nos esperaba uno de los guitarristas de Alfredo Zitarroza, el entrerriano “Dioni” Velázquez. Éste, nos había escuchado en su pueblito natal de Santa Elena, en el “Festival de la Chamarrita”, y quedó muy impresionado por la forma en que sonaba nuestro conjunto. Apenas bajamos del escenario, lo apartó al “Gringo” quien luego de dos horas de conversación, me contó que “Dioni”, quién residía desde hacía años en España nos proponía que fuéramos todos a intentar suerte allá – por supuesto, nos dijo, yo quiero tocar con ustedes la primera guitarra - Lamentablemente, muy lamentablemente, ese viaje no se concretó: a 24 horas de la partida, el entonces Director de Turismo Julio Traynor, suspendió sin motivo aparente nuestra participación en el festival. La indignación de todos fue enorme; para solventar los gastos del viaje muchos habían malvendido sus departamentos ó sus automóviles... para nada…Como la integridad de ese funcionario corría peligro, éste optó por desaparecer de su lugar de trabajo y de su domicilio por largo tiempo. Indignados, pero decididos a no dejarnos abatir por tantos sueños estafados, resolvimos mostrar al pueblo de Corrientes cuánto valíamos y la calidad de lo que se iba a presentar en Francia. Comenzamos debutando en el Teatro Vera con un lleno total. Sigue imborrable en mí, el recuerdo de la emoción con que nos abrazamos todos al cerrarse el telón.
Un mes más tarde, el viernes 8 íbamos a presentar nuestra delegación en Bella Vista. El sábado 9 nos tocaba ir a Formosa, y el domingo 10 estaba previsto el Domo del Centenario de Resistencia.Con cierto retraso, partíamos desde Corrientes rumbo a Bella Vista. Apenas llegamos, descendimos todos en el Club Juventud; los cuerpos de danzas se quedaron para ensayar, la gente de sonido de FONEA (Raúl Díaz y Patricia Semper), también descendió junto al equipo de iluminación y efectos especiales, para montar todo y preparar el espectáculo de la noche. De pronto “Yacaré” Aguirre dijo en voz alta: “a ver, vengan conmigo a la radio todos los músicos para que Bella Vista se entere de que ya llegamos”. Partimos en el mismo micro, trece personas, diez músicos, dos choferes y un bailarín llamado “Puchi” González, que, como estaba cansado, (había vuelto de una peregrinación a Itatí), ni se enteró que, sería involuntario protagonista de la tragedia, puesto que no se bajó en el Club ni en la radio, y continuó durmiendo en su asiento del micro.Dante Cena, que era el encargado de la puesta en escena de “La delegación” nos dijo antes de salir hacia la radio: “miren que los quiero aquí a las 18:30 para ensayo general, eh?”. Mientras cantábamos, se había generado un clima hermoso entre los músicos que estábamos tocando en la radio, los operadores y la gente de la misma, que sin avisar, alguien trajo una cámara filmadora y comenzó a filmar todo lo que estaba aconteciendo en ese momento. De pronto miré mi reloj: marcaba las 19:30 y pensé para mí: “Uhhh, Dante debe estar nervioso porque nos retrasamos”. Eran las 19:40 cuando ascendimos nuevamente al micro. Escuché una voz que no pude precisar de quién era, que le dijo al chico que manejaba: “¡dale, dale, que llegamos tarde!”. Al poner en marcha el Aklo, (tal era la marca del colectivo), de procedencia inglesa, muy antiguo y maltrecho, observé encendida en el tablero una luz roja, la que según después supe, indicaba falta de aire en el compresor, ya que éste, se había descargado en su totalidad a través de los pulmones de freno averiados. Llegamos a la esquina, donde debíamos girar a la izquierda para retomar la calle Buenos Aires, pero una camioneta mal estacionada, nos impidió la maniobra. Nuestro chofer, colocó entonces la trompa del vehículo en la bajada, trabando por precaución la rueda delantera derecha contra el cordón derecho de la vereda. Luego, en reversa, intentó retroceder ese par de metros. Pese a acelerar a pleno motor, no consiguió salir de la bocacalle que sería luego nuestra trampa mortal. El chofer no sabía que al final de esa bajada estaba el Paraná, que de día, se divisa claramente desde allí; pero había oscurecido y nuestra visión llegaba tan sólo, hasta donde alumbraban los faros del micro.Ante lo infructuoso de los intentos, Ricardo Scófano, (nacido en Bella Vista y conocedor de la zona), le dijo al conductor: “esta porquería no va a subir marcha atrás, mas vale que des la vuelta por abajo y salimos por la otra calle”. Obviamente, nadie, excepto el chofer, sabía de la falta de presión en el compresor. Ante el apuro de los que conducían “La Delegación”, el chofer, creyendo que esa bajada se transformaría luego de unos metros en terreno llano, destrabó la rueda delantera para continuar la marcha por esa calle. Ya en los primeros metros del recorrido, el micro fue tomando una aceleración inusitada, y la primera curva de la pendiente ya la tomó fuera de control, balanceándose hacia los costados. ¡¡¡Los frenos no funcionaban!!! ¡¡¡Mis ojos iban fijados en los brazos del conductor ya que de ellos dependía mi vida!!! Como no sabía que debajo de la pendiente estaba el río, yo esperaba en cualquier momento el corte en la carne o la fractura en los huesos, ya que esperaba el impacto del vehículo sin control contra algo o el vuelco, pero jamás el agua!!!.El pánico se generalizó: entre los gritos de los que estábamos dentro, recuerdo la voz de Ricardo repitiendo desesperadamente: “¡¡¡este colectivo no tiene frenos!!!” “¡¡¡este colectivo no tiene frenos!!!”. Esos gritos, sumados a los gritos de terror de todos los que íbamos arriba del micro y el fragor de los neumáticos del Aklo rodando a toda velocidad fueron lo que más impresionó - según supimos después - a los testigos presenciales de la caída. Un peritaje ulterior, estableció que habíamos alcanzado los ¡104 km./h.!. Luego de unos 300 metros de carrera desenfrenada, el colectivo despegó el tren delantero del suelo, volteó como a un junco una palmera, y con las ruedas traseras derribó la baranda de la costanera. Un par de segundos antes de iniciar el vuelo por el aire, Scófano gritó: “¡guarda que nos vamos al agua!”.Zitto Segovia, que iba sentado en el apoyabrazos del asiento contiguo al mío, pasillo de por medio, me aturdió con otro grito desgarrador: “¡Jesús, yo no sé nadaaar!”. En tanto, la actitud de Carlos Miño, que estaba a mi lado, contrastó por lo serena, con el terror de los demás: abrió en el aire la ventanilla correspondiente a nuestro asiento, previendo quizás la necesidad de una vía de escape. La altura que verticalmente separó el punto en que nuestro micro abandonó la bajada, de la superficie del agua, era de aproximadamente 15 metros. Hay que sumar a eso, la distancia que con que el impulso que traíamos, nos proyectó hacia el cauce del río. Decir 20 metros quizás sea quedarse corto. Durante esa parábola mil pensamientos surcaron vertiginosamente mi cerebro. Cuesta admitir cómo y por qué, tantas vivencias pueden desfilar por la mente en tan breve tiempo.
El peso del motor inclinó la trompa del micro hacia abajo, haciendo que éste cayera en zambullida vertical contra el agua. Al impactar, estalló el parabrisas y el agua irrumpió violentamente al interior, impidiendo a los choferes despegarse de sus asientos. Recuerdo que hacía mucho frío, razón por la que todos íbamos abrigados con camperas y todas las ventanillas del micro estaban cerradas. Conté uno, dos, tres antes que el agua me cubriera. - Difícilmente, un ser humano normal, sería capaz de pensar que hacer en tres segundos -. Aspiré hondamente aire en mis pulmones, y una fracción de segundo antes de entrar en el túnel oscuro alcancé a ver que Carlos Miño, ya tenía medio cuerpo fuera de la ventanilla. Actué rápidamente; no sé si por imitación ó por inspiración divina: me tomé del parante de la ventanilla, esperé que Carlos terminara de salir y ya sin ver nada, intenté seguirlo. Lo que entiendo que fue la succión del colectivo al hundirse, me impedía desprenderme de él. Recién cuando éste tocó el fondo del río, conseguí despegarme. Sin saber nadar, braceando desesperadamente, y sin saber cómo, salí, al cabo de una eternidad, a la superficie. Sin mis anteojos y en plena oscuridad, no alcanzaba a divisar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de mis compañeros de infortunio, pidiendo desesperadamente auxilio. Pensaba – ojalá que no me dé un calambre, ojalá que ninguno de los que están alrededor mío se me aferre, porque nos ahogaríamos los dos –. A lo único que atiné fue a conservar la calma; me lo repetía en silencio una y otra vez, conciente de que era preciso ahorrar energías y controlar el pánico. Noté, pese a todo, que mantenerse a flote, no era tan difícil como siempre pensé. En uno de los giros sobre mí mismo divisé lo que (según creí), eran las luces de la ciudad, o de la costanera: me pareció vertiginosa la velocidad con la que se desplazaban de derecha a izquierda. Comprendí entonces que la corriente del canal me estaba arrastrando rápidamente río abajo. El río estaba inusitadamente encrespado esa noche. Atiné a gritar, tímidamente al principio, y luego con vigor: "¡socorro!, ¡auxilio!", acción que logré sólo a medias, puesto que el agua que se introducía en mi boca sólo me permitía pronunciar la primera mitad de cada palabra. Después de unos minutos, que me parecieron eternos, interminables, para mi fortuna, “Mozú” (Moussou), un pescador que escuchó mis desesperados pedidos de auxilio, corrió por la costanera hasta el lugar desde el cual el río me llevaba inexorablemente hacia la muerte. ¡Vení nadando para acá! - me gritó - ¡¡¡No sé nadaaaar!!! fue mi respuesta en igual tono. Escuché entonces: ¡ahí va un salvavidas!...El único sentido que conservaba, mi oído, ya que mis anteojos de ver, los perdí al primer contacto con la corriente, me orientó en el momento en que braceé como pude, hacia donde me pareció que había chapoteado al caer, el providencial auxilio. Como pude me introduje en el salvavidas, que me colocó a ras del agua, horizontalmente. Recién entonces, tomé conciencia de que había estado flotando en posición vertical. Alcancé la costa con mucha dificultad ya que repito, no sabía nadar y, cuando ya estaba al límite de mis fuerzas, mi salvador me ayudó a trepar a la costanera. Le grité entonces: “¡corré a auxiliar a los demás!”, creyendo que por haberme salvado a mí, tenía facultades para hacerlo con los otros…Cada vez que recuerdo ese dramático percance y la tan desventajosa situación de la que logré escapar con vida, pienso en la mano que Dios nuestro Señor me tendió, fue algo mucho más tangible, que un mero empirismo de la Fe. Fue su providencial amparo lo que me apartó del infortunado destino que corrieron los otros ocho. Las víctimas fueron: los dos choferes del colectivo, Joaquín Adán y Miguel Ángel “Míchel” Sheridan, “Yacaré” Aguirre, Jhony Bher, “Chango” Paniagua y Zitto Segovia. Diría yo el domingo 10, cuando con Alfredo Humberto Norniella, el único periodista con el que, en razón de su vieja amistad conmigo y con el grupo, acepté hacer una nota televisiva. No me parecía ético hacerlo con todos, ante tamaña tragedia y con la presencia visible de los familiares de las víctimas. Otros, no lo entendieron así…Luego de los interminables sollozos que dejara Alfredo sobre mi hombro, alcancé a balbucear frente a la cámara: “sólo Dios sabe por qué unos sí y otros no”... y el llanto me impidió seguir…Ya en la costa, sólo, perdido, aterrado y en estado de shock, y sin poder ver nada a mi alrededor, sólo lloraba… no sabía para donde ir!!! De pronto reconocí una voz que gritaba “¡Titooooo, Titoooo!” y divisé una sombra que emergió de la oscuridad y se me aproximaba corriendo. Era Ricardo Scófano... Abrazados, lloramos por largo rato. Los suboficiales de la Prefectura nos condujeron a las dependencias internas del destacamento. Nos abrigaron con frazadas, que no alcanzaban de ninguna manera, para mitigar el frío del alma...Me sentía abismado, no entendía nada; las secas órdenes y los silbatos sólo contribuían a confundirme más. Llegó poco después a lo que sería nuestro primer contacto con tierra firme, Julio Acebal, un amigo de los músicos de Reencuentro, y me dijo: “vamos a casa, Tito”. Moviendo la cabeza me negué: pensaba que permaneciendo allí haría posible algún milagro más...Recién después logré entender que los que no habían salido hasta ese momento, ya no tendrían chance de sobrevivir. Cuando yo providencialmente lo logré, ya estaba más allá del límite de mis fuerzas y de mi aliento... por lo tanto, los demás…En tanto, una chica del Cuerpo de Danzas Tradicionales “Guada”, me quitaba las botas y las medias empapadas al tiempo que compartía mi llanto y mi impotencia. Me parecía imposible que mis amigos Gringo y Michel, con quienes había compartido 20 años de música, ya no estuvieran... Me di cuenta entonces, de lo infructuoso que era permanecer allí, en ese lugar lleno de órdenes inútiles y sin sentido, con el que yo no tenía nada que ver. A diferencia de lo que dijeron todos los medios, radiales, televisivos y escritos, la Prefectura no salvó a nadie. Su lancha permaneció amarrada a la costa porque no tenía combustible, y ninguno de los oficiales, suboficiales ó marineros que presenciaron todo desde la costa, fue capaz de arrojarse al agua, de hacer algo por nosotros... solo los pescadores… a quienes les debemos haber salido con vida, Carlos Miño y yo. Un rato más tarde, fue a buscarme Luisa, la mujer de Julio Acebal, y me dijo: “vamos papito a casa, te voy a sacar la ropa mojada y estarás bien allí”. Ellos, eran los concesionarios del Club de Caza y Pesca, frente al cual pasé flotando mientras la corriente me arrastraba.
Abrazado a Luisa, recorrí tambaleante los 350 metros que hay desde la Prefectura al Club de Caza y Pesca y allí, en una pequeña habitación, esa amiga convertida en mamá – me cambió toda la ropa mojada como si hubiera sido un bebé recién nacido - porque yo no me valía por mí mismo – utilizando para ello, ropa seca de su marido. Luego, las sirenas de las ambulancias, ya que sus tripulantes, no hicieron más que eso: aturdir con sirenas; los médicos que entraron a la habitación donde Carlos Miño y yo intentábamos recuperarnos del espanto, ni siquiera fueron capaces de inyectarnos un tranquilizante; se limitaron a conjeturar sobre estadísticas de siniestros similares. “En estos accidentes, la mayor parte de las muertes se produce por atascamiento, cuando dos ó más personas intentan salir por una misma ventanilla”- recuerdo que comentaban-. ¡Realmente patético...! Dos horas después de la tragedia, reunidos los sobrevivientes en el Club de Caza y Pesca con el resto de la delegación (que se había quedado en el Club Juventud pendiente de la conducta a seguir), me dije: “Nooo, yo no me puedo ir, me quedo acá, eran demasiado amigos míos”. Así que, confundido e impedido para razonar, tomé la decisión de permanecer allí, hasta que sacaran el micro del agua, cosa que recién se hizo el domingo de tardecita. Salió vacío…
Mientras trabajaban los buzos tácticos venidos de Buenos Aires y el personal de la Prefectura para tratar de sacar el micro sumergido, vagaba por la costa del río y lloraba con cada amigo de “Reencuentro” que se había llegado a Bella Vista para acompañarme… una y otra vez, ellos, me pedían detalles de cómo había sido todo y ese relato lo tuve que repetir, una, dos, cien… y ya no recuerdo cuantas interminables veces… Recién cuando el Aclo emergió vacío, el domingo, me dije: “ya no hay nada que hacer aquí”. El sábado, (el día siguiente al accidente), se presentó en mi habitación, personal policial para tomarme declaración testimonial como sobreviviente y yo, que aún continuaba en estado de shock ante la tragedia y la falta de contención médica, obviamente, no supe qué decir. A veces la justicia…Otra de las vivencias que se me quedaron grabadas a fuego en Bella Vista y a la que aún hoy, no he podido encontrar explicación fue ésta que me marcó un determinado camino a seguir, luego del horror: Yo - creo que más que ningún otro- esperaba ansioso que viniera a acompañarnos en el dolor y la desesperanza, y en su condición de hombre más cercano a Dios, el sacerdote Julián Zini. Él, que agrupó a los músicos más talentosos de Mercedes; él, que luego se convirtió en el soporte espiritual y emocional del grupo, esa persona de la que yo tanto esperaba una respuesta a lo incomprensible, tanto en su condición de Ministro de Dios, como de amigo, ...nunca llegó. Ni cuando el accidente, ni en ese interminable año que siguió al mismo. A todo lo que acabo de relatar, y al Gobierno de turno de esos tiempos, le debo el mayor “stress” postraumático de mi vida; el que aún me acompaña, el que me despierta aterrado y jadeante por las noches. El cuadro de alucinación y locura en el que quedé sumido, unos cuantos meses después, motivó mi internación en el Hospital Escuela por un mes, y luego otros tres más, en el Hospital Psiquiátrico “San Francisco de Asís” a instancias de médicos amigos como Walter Nigri, el “flaco” Gallardo y otros doctores más, que como estaba muy “chapita”, no recuerdo su nombre. Quiero destacar en esta parte de mi relato, el aporte incondicional que tanto me ayudó cuando estuve en ese otro trance difícil de mi vida – LA LOCURA - la compañía y la dedicación para atenderme y protegerme de quien era mi compañera en ese entonces, Zuni Aguirre… ella, todos los días venía al Hospital Escuela y luego al Hospital Psiquiátrico, tres veces por día, de mañana, luego cruzaba a Resistencia, luego al mediodía desde donde iba de nuevo a trabajar al Chaco y finalmente a la noche cuando salía de su trabajo. Su cansancio era indescriptible… mi eterno agradecimiento para ella desde este libro, por esta y tantas otras actitudes generosas de amor. Si no hubiera sido por ella, seguramente no hubiese recuperado la razón jamás, pero sus cuidados y su ternura, hicieron posible el milagro.
El domingo por la mañana, al verme llorar desconsoladamente con cada amigo que se acercaba a abrazarme, una monja chiquita, tomando en sus manos el pequeño crucifijo que pendía en su pecho, se acercó y me dijo: “Hijo, nosotros vivimos estudiando esto y ni aún lo podemos entender, (obviamente refiriéndose al sacrificio de Cristo en la cruz) ¿cómo vamos a pretender entender esto otro?” –me dijo señalándome el río… “acepte esto como la voluntad de Dios, que tal vez estaba queriendo cambiarle el rostro a algo o a alguien, para que de aquí, surja un hombre nuevo” – esas palabras fueron un bálsamo en mi alma. Tal vez nunca sepa esa hija de Dios, cuánto me ayudó su actitud de amor."
Ricardo "Tito" Gómez.